
Era el año 1938. Federico estaba en plena guerra Civil y no sabía que sería de su vida.
Tenía diecinueve años, y era un chico tan atractivo que muchísimas mujeres le cortejaban e insinuaban que las pidiera matrimonio, pero él era un hombre de guerra, y aunque le hubiese encantado tener siete hijos y una buena esposa, prefería luchar contra los rojos.
En ese momento, cuando se planteaba su futuro, pensó en que quizás hubiese sido mejor casarse con Petra, una muchacha de dieciséis muy hermosa, con los cabellos dorados.
<< ¿Pero qué estoy diciendo?>> pensó Federico << la chica era una traidora a toda su familia, no se merecía un hombre como yo>>. Esas palabras le reconfortaron más que nada.
Pero justo en ese instante un camión paró su motor en la puerta de su casa.
Un hombre llamó a la puerta.
- Es la hora debemos irnos a Madrid, hay mucha resistencia. ¿Tienes todo?
-Sí. Estoy listo y ansioso ¿cuántas horas será ? - Dijo Federico desinteresado y nervioso al mismo tiempo, aunque el hombre no se percató.
-Pues…c reo que cinco, ya que tenemos que hacer escala en Ciudad Real. Hay que recoger a tu amigo Federico.
-Perfecto pues allá vamos.
Subieron al camión y Federico echó el último vistazo a su casa, blanca como la cal. Con una escalera exterior camuflada con las enredaderas.
No sabía que esa sería la última vez que la vería, ya que unos meses más tarde volvería como soldado consagrado, pero no encontraría ni rastro de su casa ni de su persona.
El viaje duró cuatro horas y media. El hombre que había llamado a Federico, contó a este que otro soldado le dijo que no estaría mucho tiempo. Que su familia tenía muchas influencias y no dejaría que muriese en el campo de batalla.
Federico no sabía si sentirse bien o no. Un sentimiento irracional le dijo que eso era como hacer trampas.
Seis meses después, la ciudad de Madrid estaba arrasada .El bando franquista había ganado, pero a un precio incalculable.
Toda la calle estaba llena de cadáveres sangrando, algunos en descomposición. El aire era putrefacto.
Hubo una gran fiesta en las calles, entre los muertos.
Los ganadores triunfando sobre las personas que no habían podido defenderse de verdad.
No se quedó a la fiesta .Fue andando por las calles y de repente se encontró el cadáver del hombre con el que había charlado hacía seis meses antes.
No podía ni imaginarse que había formado parte de esa masacre.
Se montó en un coche que tenía las llaves puestas, se secó el sudor de la frente retirándose su pelo negro e inició el viaje de vuelta a casa.
Cuando llegó no había nada. No quedaba ninguna cosa que delatase que él había vivido allí.
Se sentó sobre una roca y sacó el ABC .En él no había más que publicidad para Franco.
No buscó lo que encontraba, algo que le dijese que había pasado allí.
Entonces, con el traje manchado de la sangre de todas las personas que había matado, sacó una pistola y se suicidó, haciendo que la suya se fundiese con la otra.
Su último pensamiento fue que la guerra vuelve fanáticos a los hombres, pero a él le volvió loco.
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