jueves, 15 de abril de 2010

Cuento de Abril corregido.


En una noche de estrellas brillantes en un cielo oscuro y misterioso, solo una casa estaba despierta, encendida, alumbrando la ciudad. En esta casa, vivía una familia que solo constaba de dos miembros: una madrastra y su hija.
Las dos nunca se relacionaban ya que nada las unía.
El padre de Sua-hin (que así se llamaba la niña) había muerto en la guerra y la había dejado con su pareja de ese momento, una mujer de mirada penetrante y sonrisa maliciosa a la que no le gustaba nada Sua-hin
La muchacha había nacido en Japón y había heredado de su madre un pelo largo, precioso, castaño… y unos ojos hermosos y oscuros que ahora mostraban su infelicidad.
Esa noche, la madrastra de Sua-hin la ordenaba que la cosiese un vestido precioso porque ella tenía una fiesta la noche siguiente y se lo había roto.
Después se fue de la casa a dar un paseo en la oscuridad.
La niña, que apenas tenía 10 años, empezó a coser el vestido con las manos ya que no tenía agujas.
Intentaba hacerlo lo más rápido que podía pero siempre se acababa hiriendo manos del esfuerzo. Al final le acabaron sangrando.
Corrió al baño y se lavó. Aplico un poco de desinfectante y se vendó las manos para poder seguir cosiendo.
En ese instante su madrastra entró y descubrió que el vestido no estaba terminado.
Sua-hin se excusó diciendo que se había hecho daño a causa del esfuerzo.
La mujer la miraba con cara de asco e indiferencia y le propinó un gran tortazo en la cara.
La muchacha aguantó y no lloró como al principio hacía: ya estaba acostumbrada.
Fue encerrada en su pequeña habitación en la que solo se encontraba su cama y un armario de madera muy viejo, carcomido por el tiempo.
Se tumbó en la cama, no aguantando más se quedó dormida, no quería ceder ante las lágrimas que asomaban por sus grandes ojos.
A la mañana siguiente, despertó temprano y preparó el desayuno para las dos: arroz con salmón.
Pasaron unas horas y la madrastra despertó. Comentó a Sua-hin que saldría a comer fuera y se largó.
Se intentó concentrar en el trabajo del vestido pero de repente un sonido la alarmó: estaban forzando la puerta.
Entraron unos hombres hablando en susurros muy apresuradamente.
La dijeron que no tenía por qué tener miedo, la chica se había escondido debajo de la mesa y estaba temblando, que ellos la llevarían a otro lugar porque habían estado investigando a la mujer que vivía con ella y era peligrosa.
Que todas esas veces que salía a cenar estaba traficando con niños y pensaba hacer lo mismo con ella…
Pasaron unos 17 años, y Sua-hin releía su libro, que relataba lo que la había sucedido en el pasado. Intentaba que todo el mundo se uniese en una causa: la lucha contra la esclavitud infantil.
Ella no quería permitir que aún en esos tiempos siguiese habiendo y haría todo lo posible para que todos los niños, hubiesen tenido una oportunidad, como le pasó a ella.